Alejandro Corchs, hijo de desaparecidos
en la operación Cóndor
Tengo
36 años. Soy uruguayo. Soy hombre medicina. Estoy casado y tengo dos hijos (4
años y 9 meses). ¿Política? Libre. ¿Dios? Gran Espíritu, le llamo yo. Mi padre
y mi madre fueron secuestrados, torturados y asesinados. Sufrí y albergué
rencor, pero hoy me siento en paz.
Camino
Rojo
Transcribo
su historia tal cual: me parece hermosa. Corchs ha sobrevivido psicológicamente
a una orfandad de padre y madre causada por la bestia humana. Y lo ha
conseguido dejándose acunar por lo que llama Gran Espíritu, que le ha mostrado
lo sucedido con sus padres desaparecidos... Datos oficiales han confirmado
posteriormente aquella visión. Corchs era un joven desquiciado y esta vivencia
le pacificó: ¡bienvenida sea! Feliz y tranquilo, hoy imparte talleres del
Camino Rojo, chamanismo indio norteamericano, como explica en El camino a la libertad
(Ediciones B), aplicable también a las parejas: "En una pareja, cuando uno
de los dos gana..., los dos pierden", me enseña.
"La
voz me dijo: 'Ahora sabrás lo que le pasó a tu madre'"
Qué pasó con sus
padres?
Entraron los militares en casa, los secuestraron, los torturaron durante semanas en una celda, los asesinaron y sus cuerpos no han aparecido.
¿Qué militares?
Los de la operación Cóndor, un acuerdo de las dictaduras del Cono Sur para eliminar a personas que consideraban subversivas.
¿Lo eran sus padres?
Huidos de la dictadura uruguaya, trabajaban en Argentina sin activismo político. Nací yo, y sólo querían criarme tranquilamente. Pero aquel día todo terminó para ellos...
¿Qué recuerda de aquel día?
Nada. Yo tenía un año y nueve meses. Crecí y culpé a mis padres por no estar conmigo.
¡Pero no fue culpa de ellos!
Mis abuelos me contaron que habían volado a España y que no podían volver...
¿Por qué le contaron eso?
Para apartarme de lo sucedido. Un día nos visitó una amiga de mi madre, de Zaragoza, y le pregunté: "¿Por qué mi madre no me quiere? ¡Tú vienes a verme y ella no!".
Buena pregunta.
Rompió a llorar, se arrodilló y me contó toda la verdad. Yo tenía ocho años y me entristecí y alivié a la vez. Y necesité saber más.
¿Y averiguó algo?
Que mi madre chilló para que los militares no se me llevaran también. Los militares no querían escándalo y permitieron que mi madre me dejase con un vecino. Ese vecino sabía que los militares volverían a buscarme...
¿Sí? ¿Para qué querrían un bebé?
¡Para regalarme a alguna familia del régimen! Volvieron y no me encontraron: el vecino contó a los militares que unos familiares habían venido a recogerme..., y le creyeron. Pero me había entregado a otro vecino.
¿Qué pasó con usted?
Mis abuelos me localizaron, me ocultaron, me sacaron clandestinamente de Argentina. Me crié en Uruguay. Siempre lloraba...
¿Se politizó al conocer la verdad?
A los trece años se hizo pública mi historia y varios partidos me quisieron, pero yo dije: "La política ya salió muy cara en mi familia".
Y se apartó de la política.
Fui dj en la radio musical, gané dinero, alcancé popularidad, coche, muchas novias...
Qué bien.
Era incapaz de comprometerme con una mujer. ¡Hoy sé por qué! Dentro de mí, temía ser abandonado por una mujer... como siendo bebé. ¡Por eso tenía varias mujeres!
¿Y le preocupaba eso?
Sentía que algo no estaba bien dentro de mí, aunque afuera pareciese que sí. Entonces me quedé sin trabajo, y me deprimí, enfermé... Seguí un tratamiento, hasta que mi psicoterapeuta dictaminó: "Yo ya no puedo hacer más: a ti te curarán los indios".
¿Qué indios?
Poco después, un chamán indígena me indicaba el árbol bajo el que debía pasar varios días en soledad y ayuno casi total...
¿Para qué?
Quise probar. Y resistí. A la quinta noche, estando acostado, oí una voz en mi cabeza: "Ahora sabrás lo que le pasó a tu madre".
¿Se asustó?
No. Me desplacé por túneles subterráneos hasta desembocar en una celda, tumbado boca arriba, y sentí lo que mi madre sintió...
¿Y qué sintió?
Dolores terribles mientras la violaban durante días, con un único pensamiento: "¡Dios mío, que mi niño esté bien, que no le pase nada a mi hijito, cuánto le amo!".
Qué espanto.
Y una voz iba contando meses de mi edad: al llegar a "dos años y dos meses y medio", sentí un gran dolor, la luz del techo bajó... y fin. Y volvió la voz: "Ahora, tu padre".
¿La muerte de su padre?
Aparecí en otra celda, sentí lo que sentía él: dolor físico y este solo sentimiento: "¡Que a mi esposa y a mi hijo no les pase nada!". Luego la cuenta: "Dos años y tres meses". Dolor de huesos quebrados, agua que me sube hasta la cabeza... y una luz y luego la paz.
¿Le cambió esa experiencia?
Entendí que no había sabido conectarme con el amor de mis padres, que había vivido con rabia y rencor. Me abracé a su amor y me perdoné. Hoy vivo en el amor.
¿Se ha reconciliado con la vida?
Sí. Hace pocos años, el vicepresidente me dio un documento que reconoce la tortura de mis padres y que resistieron hasta el 2 de mayo de 1978. Yo le solté: "¡Según mi fuente, mi padre murió quince días después!".
Es lo que su visión le reveló, ¿no?
Extrañado, rebuscó en los archivos y tuvo que rectificar: "Su fuente tiene razón, ¡ha habido un error! Aquí veo que su padre fue arrojado al Río de la Plata el 16 de mayo". ¡Los huesos rotos, el agua que le subía...!
¿Qué haría si hoy se topase con los asesinos de sus padres?
Uno me confesó haber hecho todo eso a otras personas, y me imploró que le perdonase: "Nada tengo que perdonarte: ¡sólo tú puedes perdonarte a ti mismo!", le dije.
¿Cómo es hoy su vida?
Cuento mi historia y ayudo a otros a vivir de acuerdo con la ley del amor.
¿Y cuál es la ley del amor?
Da todo el amor que puedas, pide todo el amor que necesites. Y todo lo que hagas a otros te lo haces a ti... Y, con un proverbio cheroqui, enseño que juzgar no es amar.
Enséñeme el proverbio cheroqui.
"Siempre que señales a alguien... fíjate en que tres dedos están señalándote a ti".
Entraron los militares en casa, los secuestraron, los torturaron durante semanas en una celda, los asesinaron y sus cuerpos no han aparecido.
¿Qué militares?
Los de la operación Cóndor, un acuerdo de las dictaduras del Cono Sur para eliminar a personas que consideraban subversivas.
¿Lo eran sus padres?
Huidos de la dictadura uruguaya, trabajaban en Argentina sin activismo político. Nací yo, y sólo querían criarme tranquilamente. Pero aquel día todo terminó para ellos...
¿Qué recuerda de aquel día?
Nada. Yo tenía un año y nueve meses. Crecí y culpé a mis padres por no estar conmigo.
¡Pero no fue culpa de ellos!
Mis abuelos me contaron que habían volado a España y que no podían volver...
¿Por qué le contaron eso?
Para apartarme de lo sucedido. Un día nos visitó una amiga de mi madre, de Zaragoza, y le pregunté: "¿Por qué mi madre no me quiere? ¡Tú vienes a verme y ella no!".
Buena pregunta.
Rompió a llorar, se arrodilló y me contó toda la verdad. Yo tenía ocho años y me entristecí y alivié a la vez. Y necesité saber más.
¿Y averiguó algo?
Que mi madre chilló para que los militares no se me llevaran también. Los militares no querían escándalo y permitieron que mi madre me dejase con un vecino. Ese vecino sabía que los militares volverían a buscarme...
¿Sí? ¿Para qué querrían un bebé?
¡Para regalarme a alguna familia del régimen! Volvieron y no me encontraron: el vecino contó a los militares que unos familiares habían venido a recogerme..., y le creyeron. Pero me había entregado a otro vecino.
¿Qué pasó con usted?
Mis abuelos me localizaron, me ocultaron, me sacaron clandestinamente de Argentina. Me crié en Uruguay. Siempre lloraba...
¿Se politizó al conocer la verdad?
A los trece años se hizo pública mi historia y varios partidos me quisieron, pero yo dije: "La política ya salió muy cara en mi familia".
Y se apartó de la política.
Fui dj en la radio musical, gané dinero, alcancé popularidad, coche, muchas novias...
Qué bien.
Era incapaz de comprometerme con una mujer. ¡Hoy sé por qué! Dentro de mí, temía ser abandonado por una mujer... como siendo bebé. ¡Por eso tenía varias mujeres!
¿Y le preocupaba eso?
Sentía que algo no estaba bien dentro de mí, aunque afuera pareciese que sí. Entonces me quedé sin trabajo, y me deprimí, enfermé... Seguí un tratamiento, hasta que mi psicoterapeuta dictaminó: "Yo ya no puedo hacer más: a ti te curarán los indios".
¿Qué indios?
Poco después, un chamán indígena me indicaba el árbol bajo el que debía pasar varios días en soledad y ayuno casi total...
¿Para qué?
Quise probar. Y resistí. A la quinta noche, estando acostado, oí una voz en mi cabeza: "Ahora sabrás lo que le pasó a tu madre".
¿Se asustó?
No. Me desplacé por túneles subterráneos hasta desembocar en una celda, tumbado boca arriba, y sentí lo que mi madre sintió...
¿Y qué sintió?
Dolores terribles mientras la violaban durante días, con un único pensamiento: "¡Dios mío, que mi niño esté bien, que no le pase nada a mi hijito, cuánto le amo!".
Qué espanto.
Y una voz iba contando meses de mi edad: al llegar a "dos años y dos meses y medio", sentí un gran dolor, la luz del techo bajó... y fin. Y volvió la voz: "Ahora, tu padre".
¿La muerte de su padre?
Aparecí en otra celda, sentí lo que sentía él: dolor físico y este solo sentimiento: "¡Que a mi esposa y a mi hijo no les pase nada!". Luego la cuenta: "Dos años y tres meses". Dolor de huesos quebrados, agua que me sube hasta la cabeza... y una luz y luego la paz.
¿Le cambió esa experiencia?
Entendí que no había sabido conectarme con el amor de mis padres, que había vivido con rabia y rencor. Me abracé a su amor y me perdoné. Hoy vivo en el amor.
¿Se ha reconciliado con la vida?
Sí. Hace pocos años, el vicepresidente me dio un documento que reconoce la tortura de mis padres y que resistieron hasta el 2 de mayo de 1978. Yo le solté: "¡Según mi fuente, mi padre murió quince días después!".
Es lo que su visión le reveló, ¿no?
Extrañado, rebuscó en los archivos y tuvo que rectificar: "Su fuente tiene razón, ¡ha habido un error! Aquí veo que su padre fue arrojado al Río de la Plata el 16 de mayo". ¡Los huesos rotos, el agua que le subía...!
¿Qué haría si hoy se topase con los asesinos de sus padres?
Uno me confesó haber hecho todo eso a otras personas, y me imploró que le perdonase: "Nada tengo que perdonarte: ¡sólo tú puedes perdonarte a ti mismo!", le dije.
¿Cómo es hoy su vida?
Cuento mi historia y ayudo a otros a vivir de acuerdo con la ley del amor.
¿Y cuál es la ley del amor?
Da todo el amor que puedas, pide todo el amor que necesites. Y todo lo que hagas a otros te lo haces a ti... Y, con un proverbio cheroqui, enseño que juzgar no es amar.
Enséñeme el proverbio cheroqui.
"Siempre que señales a alguien... fíjate en que tres dedos están señalándote a ti".
Con amor, namaste, Daniel.
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